Cada año nuevo, desde hace 15 años, está teñido, para mí,
de una tristeza que no puedo digerir. Después de lo de Cromagnon, a lo que no
le diría jamás tragedia, todo tuvo otro color. A esos pibes no los mató el
rock, los mató la corrupción y la ignorancia de todo un pueblo, un pueblo que
se volvió manada. Tengo, de esas noches posteriores, millones de fotos en la
cabeza que no expresan más que lo injusto.
El sonido indiferente de las bengalas por año nuevo,
rodeando las calles de la Morgue, mientras los padres, familiares y amigos
esperaban sentados en el piso, un calor que respiraba de asfalto… (pienso, lloro
un rato en silencio. Me preparo un café).Hay fotos que quisiera no recordar y
que jamás podré describir.
Hay otras que bordean lo traumático y que hacen de
aquellos días algo más digerible.
El llanto de los bomberos que venían de Chacarita, eso no
me lo olvido más.
Las corridas de los médicos de la Morgue con sus
guardapolvos, buscando una marca de algo que no sea la muerte. Lo más humano que
vi en medicina. El psiquiatra del SAME, su abrazo eterno y su cuidado. Las
vecinas ofreciendo café y frutas. Huguito el aguatero de la cancha que tenía
una generosidad tan simple y tan amplia; Pato que era psicóloga social y tenía
más cancha que cualquiera para organizar y contener situaciones. Yo era la psicóloga
de rulos, hasta que tuve un nombre y no me fui más de ahí hasta el 2 de enero. Tampoco
volví a dormir tranquila durante varios meses.
Hace varios años, siempre que puedo, elijo no estar en
Buenos Aires para estas fechas, lo siento inútil y terriblemente doloroso. Es
como si las calles volvieran a ser, aquellas calles.
Para mí no tiene sentido hablar.
¿Para que fuiste a la morgue? Me preguntaban amigos,
familiares y colegas, “ahí no se puede hacer psicoanálisis”.
¿Y quién quiere hacer psicoanálisis? No se puede no ir.
No se puede festejar año nuevo en familia, como si nada, pensaba y sigo
pensando. Qué inútil sacudir a zombis. Eso lo pienso ahora y lo voy a seguir
pensando.
A veces siento inútil compartir este dolor; a veces, lo
siento necesario, y otras, escribo poesía. Esta vez no.
A esas personas no las mató el rock, a esas personas las
mató el capitalismo enquistado en todos lados: no había que perder guita, ¿viste?
Y lo más siniestro, el baterista, años después, mató a su
mujer quemándola viva. Hay quienes dicen que son coincidencias; hay
psicoanalistas que por suerte leemos otras cosas.
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