Siempre creí
que el clima reflejaba el estado de nuestra relación: chaparrones aislados,
siempre frío, aun en verano; húmedo y pesado, en invierno.
Siempre le
decía que cuando nos veíamos dejaba de llover. El me decía que era una chamujeira. El sabía de mi amor por Brasil,
que esta altura es innegable para cualquiera. Como es innegable que desde hace
un año y medio, el clima de Buenos Aires va de horrible a raro, como si se
hubieran borrado las estaciones y ahora diera todo igual.
Antes, al
menos cuando nos veíamos, el clima se acomodaba después de largas lluvias y
chubascos aislados. Después claro…Salía eso llamado sol, que cada vez salía
menos.
Es como la
humedad constante, te terminan doliendo todos los huesos, te cansa, te pone ‘grande’,
pesado, las cosas se vuelven lurdas,
ya no pueden ser leves.
Pienso todo
esto mientras me maquillo y sueño con que alguna vez esta cábala del clima
termine.
Hoy nos tocó
un buen día y es raro porque venía la cosa complicada como para que no lloviera.
Cuando vi el sol pensé, ‘qué raro y eso que ya no estamos más juntos. Como si
el sol supiera’.
Yo sigo
creyendo que el sol sabe.
Pienso que
alguien tiene que saberlo, a parte de mí. El no creo porque él no cree, nunca
creyó. Chamusheiro.
Yo sabía que
eso era así…
Sigo
pensando que mientras siga triste el clima seguirá igual de perdido. Lo sé.
Sé que suena
un poco egocéntrico, pero así es el sentir.
Salgo de
casa, el sol parece confirmar que aún la cosa no está tan muerta.
Camino hasta
parque Las Heras. Han pasado 5 minutos de la hora acordada. Me siento en el
banco, pienso: ‘Lo único que tengo que devolverle es el caracol que me regaló.
Siempre pensé que estaba engualichado. Prefiero dárselo. “
Durante dos
años el caracol estuvo en agua, en una pirex de vidrio, junto con un millón de
piedras de colores regaladas del mundo y algún que otro gajo de potus casi muerto, que renacía entre
tanto mineral.
Triste el
destino del caracol. Mírenlo, ahora, envuelto en un papel de diario, sobre un banco
de plaza a unos 60 centímetros de mi pierna. No quiero ni abrirlo.
Empieza a
correr un viento fuerte, toda la arena de la plaza parece venir hacia mí. Me
duelen los ojos. Me los limpio me los rasco. No puedo ver mejor.
Tengo que acordarme de pedirle la
plata del pasaje.
No seas cobarde, me digo.
Me parece miserable pedírselo y una vergüenza
recordárselo.
A veces pienso que es mejor no
ver nada más.
Nunca llegó
el sol. Parece que se le inundó el barrio y no pudo salir, entonces no pudo llegar,
así que…
Nunca le contesté
Miré el
caracol y el papel de diario que lo envolvía. Alcanzo a leer que las políticas neoliberales volvieron y la
desocupación…
Me levanté
del banco un poco perdida, no sabía dónde ir.
Es verdad, ya
no dolía tanto, ¿el caracol estaría engualichado? Me pregunto mientras subo por
un caminito de la plaza.
En el
trayecto hice una ecuación simbólica: pasaje = caracol que se robó = 700 pesos devaluados
a dos años de aquel viaje; lo que equivale a comprar dos buenos libros.
Conclusión: acabo
de perder $ 1400 pesos devaluados o es su defecto una lógica del sentido y una Diferencia
y repetición.
Me fui
riendo.
Me fui más leve.
Aunque la lluvia de después
fue bem mais
forte.