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domingo, 29 de enero de 2017

El clima y sus ecuaciones

Siempre creí que el clima reflejaba el estado de nuestra relación: chaparrones aislados, siempre frío, aun en verano; húmedo y pesado, en invierno.
Siempre le decía que cuando nos veíamos dejaba de llover. El me decía que era una chamujeira. El sabía de mi amor por Brasil, que esta altura es innegable para cualquiera. Como es innegable que desde hace un año y medio, el clima de Buenos Aires va de horrible a raro, como si se hubieran borrado las estaciones y ahora diera todo igual.
Antes, al menos cuando nos veíamos, el clima se acomodaba después de largas lluvias y chubascos aislados. Después claro…Salía eso llamado sol, que cada vez salía menos.
Es como la humedad constante, te terminan doliendo todos los huesos, te cansa, te pone ‘grande’, pesado, las cosas se vuelven lurdas, ya no pueden ser leves.
Pienso todo esto mientras me maquillo y sueño con que alguna vez esta cábala del clima termine.
Hoy nos tocó un buen día y es raro porque venía la cosa complicada como para que no lloviera. Cuando vi el sol pensé, ‘qué raro y eso que ya no estamos más juntos. Como si el sol supiera’.
Yo sigo creyendo que el sol sabe.
Pienso que alguien tiene que saberlo, a parte de mí. El no creo porque él no cree, nunca creyó. Chamusheiro.
Yo sabía que eso era así…
Sigo pensando que mientras siga triste el clima seguirá igual de perdido. Lo sé.
Sé que suena un poco egocéntrico, pero así es el sentir.

Salgo de casa, el sol parece confirmar que aún la cosa no está tan muerta.
Camino hasta parque Las Heras. Han pasado 5 minutos de la hora acordada. Me siento en el banco, pienso: ‘Lo único que tengo que devolverle es el caracol que me regaló. Siempre pensé que estaba engualichado. Prefiero dárselo. “
Durante dos años el caracol estuvo en agua, en una pirex de vidrio, junto con un millón de piedras de colores regaladas del mundo y algún que otro gajo de potus casi muerto, que renacía entre tanto mineral.
Triste el destino del caracol. Mírenlo, ahora, envuelto en un papel de diario, sobre un banco de plaza a unos 60 centímetros de mi pierna. No quiero ni abrirlo.

Empieza a correr un viento fuerte, toda la arena de la plaza parece venir hacia mí. Me duelen los ojos. Me los limpio me los rasco. No puedo ver mejor.
Tengo que acordarme de pedirle la plata del pasaje.
No seas cobarde, me digo.
Me parece miserable pedírselo y una vergüenza recordárselo.
A veces pienso que es mejor no ver nada más.



Nunca llegó el sol. Parece que se le inundó el barrio y no pudo salir, entonces no pudo llegar, así que…
Nunca le contesté
Miré el caracol y el papel de diario que lo envolvía. Alcanzo a leer que las políticas neoliberales volvieron y la desocupación…
Me levanté del banco un poco perdida, no sabía dónde ir.
Es verdad, ya no dolía tanto, ¿el caracol estaría engualichado? Me pregunto mientras subo por un caminito de la plaza.
En el trayecto hice una ecuación simbólica: pasaje = caracol que se robó = 700 pesos devaluados a dos años de aquel viaje; lo que equivale a comprar dos buenos libros.
Conclusión: acabo de perder $ 1400 pesos devaluados o es su defecto una lógica del sentido y una Diferencia y repetición.
Me fui riendo.
Me fui más leve.
Aunque la lluvia de después

                                                                                               fue bem mais forte.

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