Patagonia Argentina, ¿tierra de nadie?, ¿de todos?, ¿de ellos?, ¿de nosotros?
América,
entre otras tierras, ha sido construida sobre cadáveres. Sé que decir esto
puede sonar fuerte e injusto, pero así suelen ser las realidades que no podemos
cambiar.
Caminamos sobre
cementerios humanos en gran parte sin lápidas, ni ceremoniales, ni memoria:
gente torturada, asesinada a mansalva sin razón y sin recuerdo.
Sin
embargo, como suele ser este continente lleno de contrastes y contradicciones, el origen de la mayoría de los
actuales habitantes de Argentina corresponde a los mismos asesinos de esas
civilizaciones.
En
el medio de toda esta historia, la culpa, las disculpas y el respeto se
desvanecieron pues aunque el discurso oficial “legalmente” ampare los derechos
de los indígenas (ver nota al pie Constitución Nacional Argentina artículo 75
inciso 17[1]) al parecer esto no alcanza para que el Estado
Nacional Argentino los represente. La dura realidad actual nos muestra que los
sobrevivientes de las culturas precolombinas son sencillamente discriminados en
medida por el resto de la población.
En
sistema político argentino se caracteriza por decirse democrático y
representativo. Toda la población -y digo toda, pues en Argentina el voto es
obligatorio-, delega un trozo de su poder a un representante, que, como
sabemos, sólo representa a una parte de la población: en su mayoría urbana,
blanca, occidental- judeocristiana.
Mientras
en épocas de las presidencias de C.S.Menem (1989-1999) nuestro país procedía a
un vaciamiento sistematizado de las empresas estatales -junto con la venta
indiscrimidanda de territorios fiscales nacionales en manos ahora en muchos
casos de extranjeros y la apertura irrefrenable de las importaciones
garantizando las quiebras de inmunerables empresas nacionales, entre otras
cosas- grupos multinacionales tales como el de los Benetton[2]
procedían a la llenarse sus “magros” bolsillos al mismo tiempo que la
cegada población argentina veía en sus
nuevos televisores importados de 48000 pulgadas, comprados en cómodas cuotas,
los “generosos, progres y verdes”
comerciales de la famosa marca de ropa vendiéndonos, entre buzos y pantalones:
la multiglobalizada IGUALDAD DE RAZAS (quizás el grupo Benetton tenga razón y
todos somos “igualmente EXPLOTADOS” ante la ley de los grandes grupos
económicos, ¿no? ¿de eso se tratará la igualdad? Haberlo sabido antes y nos
hubiéramos ahorrado varias revoluciones, conquistas y demás guerras. ¡Al menos
voy entendiendo de lo que se trata la historia!).
En
problema principal sin embargo, a mi entender, no radica solamente en la
presencia de grupos multinacionales,
sino en la AUSENCIA total de un Estado que realmente represente los derechos de
sus habitantes.
En
la actualidad, la comunidad Mapuche, como muchas otras comunidades indígenas,
intenta recuperar sus tierras, hoy en manos de estos grupos multinacionales o
grandes terratenientes que los acusan de usurpadores y de mentirosos; mientras
que el poder judicial sigue representando los intereses de los grandes
capitales, olvidándose una vez más de “hacer justicia”.
Tierras que han
sido de ellos y ellos han sido, son y serán de esas tierras.
Mapuche
significa tierra de la gente, la
tierra para los mapuches, como para muchos otros pueblos, es su identidad. El
hombre es parte de la tierra, así como la tierra es parte del hombre. Una tierra que por diversas circunstancias
ha sido campo de batalla y testigo silenciosa de tantos asesinatos y
mutilaciones. Una tierra que ellos aman, respetan y veneran con mucha más
altura que muchos pueblos “huincas” (blancos o pueblo extranjeros para los
mapuches)
Esta
forma de significar la tierra en tanto “tierra comunitaria” es bastante difícil
entender dentro del discurso occidental basado en la propiedad privada ya que
no existe en este discurso una figura jurídica que pueda representar esto. Por
otro lado, la misma comunidad mapuche no posee la categoría occidental de
“propiedad privada”, razón por la cual se vuelve aún más difícil poder defender
su “tierra-cominitaria”.
Tuve
la oportunidad de presenciar una charla de la comunidad mapuche realizada en el
Centro cultural de la Cooperación en Buenos Aires [2003] y hubo una frase que
realmente me quedó grabada: “la lucha es
ocupar territorio para LIBERARLO”
¡Qué
diferente y lejano parece esto frente al espíritu conquistador del discurso
occidental que nos impone una acumulación irracional e impulsiva de bienes! Nos
han enseñado desde chicos a acumular, a retener sin sentido, a sumar y a
contar, a conquistar sin límite. Jamás hemos realmente aprendido a liberar,
compartir, hacer circular lo que “hemos conquistado”, que en realidad es de todos
como un acto sentido, desinteresado.
Se
abre sobre este punto millones de interrogantes, ¿como defender lo propio
frente a un otro que no concibe la realidad de la misma forma? ¿qué ley nos
hace falta construir para que estas injusticias no se prolonguen por más
tiempo? ¿cómo luchar con las mismas armas y medios que en realidad jamás nos
representaron ni nos defendieron? ¿cómo plantear una “unidad nacional”, si a la
hora de defender nuestra identidad las lanzas una vez más nos atraviesan?
Como algún Mapuche
dijo, “esta lucha la empezamos nosotros,
tal vez la tengan que seguir mis hijos y mis nietos, pero estoy segura de que
al final vamos a volver.”
La
lucha no es de ellos contra alguien, tampoco de un sistema contra otro, de lo
que se trata es de hacer justicia.
La
lucha ahora se ha vuelto un compromiso de todos, para todos, por ella, por la
TIERRA, para LIBERARLA...
[1] Articulo
75 Inciso 17 de la Constitución Argentina: “Reconocer la preexistencia étnica y
cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su
identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la
personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias
de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas
y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable,
transmisibles ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su
participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás
intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas
atribuciones.”
[2] En la actualidad [2003] el Grupo
Benetton posee aproximadamente
900.000 hectáreas, es decir 40 veces la ciudad de Buenos Aires; 85 veces
Paris, distribuidas a lo largo de varias provincias de la región Patagónica.